Todo once tiene su trece

Por Corallys Cordero

Amaneció de golpe. Parecía que la ira colectiva estaba buscando un cauce. Nos había cambiado el nombre, los símbolos y hasta los méritos. Millones marchamos hasta el Palacio de Miraflores para exigirle la renuncia. «La cual aceptó», dijo un personaje gris de entonces de cuyo nombre no quiero acordarme.

El día siguiente a ese once de abril, hace casi veinte años, se sentía raro. El cielo estaba encapotado y quizá por eso el ánimo de la derrota asechaba. Se olía la falta de coherencia de quienes apenas unas horas antes habían prometido una cruzada libertaria. Los vimos alzando la mano derecha y jurando en el aire defender la República a la que, de nuevo, le cambiarían el nombre. Mintieron. Luego, comiquitas se transmitían en la tele; música clásica, en la radio y murmuraciones, en las esquinas.

Despuntó el día trece con la proclama del otro bando: «todo once tiene su trece», coreaban y aplaudían con entusiasmo a su ídolo, quien parecía asustado y llevaba entre las manos un crucifijo de madera. Lo alzó frente a las cámaras y juró en su nombre garantizar el bienestar del pueblo. Mintió. Una vez más mintió.